Mientras
el arte tecnológico es ya una realidad naciente, podríamos afirmar que el arte
tradicional es una gloriosa pero declinante historia. La necesaria y renovadora
experiencia de las vanguardias fue la de una estrella convertida súbitamente en
brillante supernova que a continuación se apaga. Es cierto que las
neovanguardias -un remedo postmoderno de las históricas- siguen sucediéndose,
pero ya sólo recorren un circuito muy restringido y elitista destinado a
entendidos y diletantes. La mayoría del público apenas se conforma con visitar
las tristes exposiciones de impresionistas provincianos o de acudir al reclamo
publicitario de las exposiciones antológicas que sobre figuras prestigiosas de
las vanguardias históricas organizan los grandes museos. El verdadero interés
estético de la sociedad se ha desplazado hacia el consumo masivo de arte
producido en soporte tecnológico como la fotografía de las revistas, el cine
más comercial o las series televisivas, y cada vez más, el video-clip y las
imágenes infográficas. El divorcio entre arte y público que abrieron las
vanguardias al separarse del paradigama realista occidental no ha sido
superado, y es ahora el arte tecnológico el que ha tomado el relevo popular de
este paradigma. No podemos negar en absoluto valor artístico a determinadas
formas de arte tecnológico; nuestro siglo, el de la fotografía y el cine, no se
entendería sin ellos y menos aún la decisiva influencia que incluso han
ejercido sobre las artes tradicionales. Pero como investigadores de los
estudios CTS -y en esta aventura nos ha de acompañar el estudiante haciendo un esfuerzo
'estético'- hemos de constatar que el auge del arte tecnológico ha supuesto el
declive, acaso definitivo, del arte tradicional.
En principio nadie se extrañaría de esta aparentemente lógica evolución del arte, pues se entendería que las vanguardias modernas fueron el revulsivo necesario para esta nueva etapa tecnológica del arte de siempre. Sin embargo, es preciso analizar la relación entre el arte tecnológico y el tradicional para captar la quiebra estética que se está produciendo. No estamos asistiendo a una enriquecedora pluralidad de formas de arte, sino a la absorción de una forma en la otra, ya que el arte tecnológico, al nutrir el imaginario social, le roba su sentido al arte tradicional. Y el arte tradicional contemporáneo, cultivado, filosófico, hermético en muchos casos para la mayoría del público, si quiere hacerse notar en medio del caleidoscopio de imagenes tecnológicas, ha de recurrir a dos argucias que a menudo coinciden: la colaboración con la tecnología o la provocación. Si bien el circuito artístico tradicional puede mantenerse artificialmente por la inyección financiera de las instituciones a través de facultades de bellas artes, becas y concursos, y de la iniciativa privada de fundaciones y coleccionistas privados, parece necesitar al público para no abandonarse totalmente al autismo estético que le llevaría a su desaparición definitiva.
Esto
es, el arte tradicional, elitista y decadente, para sobrevivir en su agonía, ha
decidido jugar con las reglas marcadas por el arte tecnológico, convirtiéndose
en un arte espectacular. Los artistas más inteligentes han decidido investigar
la hibridación del arte tradicional con el tecnológico, ofreciendo extraños
estilos y objetos, basados en procedimientos informáticos, el vídeo-arte o la
instalación, pero elaborados artesanalmente. Estos espectaculares 'artefactos'
estéticos, piezas únicas y singulares, se suelen presentar en convenciones
artísticas de carácter vanguardista y están destinadas al público cultivado de
las artes tradicionales, ansiosos por conocer la última y sublime novedad. Por
otro lado, los artistas más ambiciosos, aquellos que aspiran a llegar al gran
público por la vía rápida -sin importarles las críticas de los entendidos- han
convertido el legítimo procedimiento vanguardista de la provocación en el arte
de la provocación por la provocación. Se sirven de los temas más polémicos y
escabrosos que interesan a la sociedad mediática -sexo, religión, violencia,
muerte- para, mediante procedimientos tradicionales o semitecnológicos,
provocar no la inquietud reflexiva del público sino sus reacciones viscerales
de asco, ira o indignación. La cuestión en ambos casos, difíciles de distinguir
a menudo, es obtner un efímero impacto mediático en el reino absoluto de la
imagen tecnológica, que les reporte fama o beneficio. Su único valor estético
es justamente que, como productos de un marketing espectacular que saquea la experiencia
de las honestas vanguardias históricas, nos deslumbran un momento y al instante
ya nos aburren. Este modelo de arte espectacular que comenzó con el pop de Andy
Warhol, se ha servido, vulgarizándolas, de ciertas técnicas del arte conceptual
y ha florecido con las neovanguardias contemporáneas en figuras tan deleznables
como Jeff Koons o los 'Young British Art'. No podemos negar que este arte
espectacular sea arte, al contrario, es, más allá de variantes y matices, la
única y verdadera vanguardia que ha surgido. Sin embargo, desde una visión
humanista que comparten tanto las vanguardias modernas del arte como los
propios estudios CTS, es un arte criticable y rechazable, al que hay que
ofrecer alternativas, pues aunque no sean propiamente arte tecnológico, son el
subproducto del arte tecnológico.
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